Desanudo el hatillo del verano
y un equipaje ecléctico y extraño
invade, creciéndose, la estancia.
La brisa marina
hace bailar las cortinas de la sala
mientras el aroma del roble,
la hierba y el castaño
sale corriendo a esconderse
tras la mesa.
Escucho susurrar mi mar,
- ese, gélido y valiente
llamándome desde el blanco estriado
de las caracolas.
Y noto, bajo la yema de mis dedos,
la suave tibieza de la piel,
- flor y carne servida como ofrenda
a la depredadora urbana
que llevo en mi interior.
Arena, piedra, hierro,
madera, cuero, conchas...
Un collage incierto de ideas
y un último rayo de sol
con el que tejer la urdimbre
de nuevos proyectos,
en las largas tardes
que me esperan ocultas
tras la esquina de septiembre...
Nuevos materiales, nuevos proyectos... |
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